"Dudas razonables" lleva a espectador a al corazón mismo de la deliberación de un jurado popular donde nueve personas, hombres y mujeres, tienen el deber de determinar, fehacientemente, sin duda razonable alguna, si un chaval de 18 años es culpable o no culpable de haber asesinado a su padre clavándole una navaja. Hechos, pruebas y testimonios que en la sala de vistas eran claros y no dejaban lugar a dudas se van desgranado. Lo que parece evidente se convierte en dudoso y lo que cada uno esconde va saliendo a la luz y se va mostrando. Egoísmos, prejuicios, venganzas, complejos, límites morales, solidaridad, comprensión, generosidad... van saliendo a la luz en la desnudez a la que cada miembro del jurado se va sometiendo. De la comodidad del acuerdo de grupo, del sentirse miembro de un colectivo en el que todos tienen una misma idea, a la dificultad de de verse solo. "Dudas razonables" va mostrando sea ruta que nos hunde en la complejidad del ser humano. En la maraña de sentimientos, reflexiones y juicios que componen nuestra conciencia y nuestra consciencia de relación con nuestro entorno.
"Dudas razonables" no deja indiferente a quien la ve. Va mostrando caras humanas que se reconocen en el público. Caras que todos tenemos y que a todos nos gustan o nos disgustan puesto que conforman la propia complejidad humana y social que anida en nuestro montón de carne y huesos que somos, esa complejidad que nos da identidad.
El reto era lograrlo. Lograrlo desde los propios recursos de Banarte y con sus limitaciones amplias de todo tipo. El reto era poder acabar la obra y que lograra comunicar esa complejidad que define a cada mujer y a cada hombre. Hacerlo de una forma sencilla, fácil, agradable, entretenida... hasta divertida. Y cuando miras atrás y reflexionas sobre lo que has visto en la reacción del público en cada representación te das cuenta que el objetivo ha sido logrado.
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